BUSCANDO A MATILDE VARA DE ANGUITA
Detenida-desaparecida el 24 de julio de 1978 del Café Tortoni
 

A CUARENTA AÑOS DE TU SECUESTRO

Sería en el patio de Jonte seis uno seis siete
que me di cuenta que detrás
del triciclo, el caballito de palo y el mecano
estabas vos, no los Reyes Magos
aunque estuviera llena de magia
tu presencia, mamá
¡Cómo esta enorme ausencia
me lleva tan a un principio
de nosotros
cuando tu vida, la de papá, la de Eduardo y la mía
latían con un ritmo
que parecía no tener fin!
Cuarenta años sin descanso en paz
más bien un desgarro brutal
homicidas
con los que no puedo encontrarme en pesadillas
porque decir Rebaynera
es decir, quizás, sólo cómplice
La vida, mamá
¿quién te la arrebató?
¿y por qué no pudimos darte sepultura?
¿cuánto más nos faltó protegerte y no supimos?
Si quiero evocar tu amor
se ensombrece la visión con dolor y con espanto
Acá mismo, ahora, tus hijos (con tus nietos y bisnietos)
necesitamos por eso recordar
tu sonrisa en una playa del Uruguay
tu afán de salvar un pajarito herido
y tu dedicación de madre
Vamos a abrazarnos fuerte y convocar
lo vivo que nos ha quedado:
tu presencia imborrable en la memoria
tu nombre
mamá, abuela, bisabuela
Matilde
Horacio, 18/07/2018

 

A CUARENTA AÑOS DEL SECUESTRO MATILDE

Eduardo

Mirar el verde de las copas de los pinos y los álamos en el invierno geselino ayuda a dialogar con los fantasmas, a sondear el alma y a dejar que respiren los dolores y las firmezas. Cuando se cumplían veinte años de aquel 24 de julio en que secuestraban a Matilde quise –y pude- escribir unos versos. Evoqué la memoria de mi madre con una forma narrativa que me es ajena, dificultosa. Veinte años después de aquella noche afiebrada y dolorosa en que parí unos poemas, me siento una mañana frente al verde del jardín de Villa Gesell con la esperanza de transmitir tranquilidad, de intentar el reencuentro de las tres generaciones que evocamos a Matilde como una madre, una abuela o una bisabuela.

Esta vez elijo expresarme a través de una carta, la manera por la que muchos años les escribí a Mamá y a otros con los que pude comunicarme desde aquellos tiempos de cautiverio. Las cartas que nos escribíamos eran para mí un alimento decisivo. Mamá no solo me visitaba en los penales por los que deambulábamos sino que además era un ángel guardián, uno ojo incómodo que se infiltraba en esos lugares que pretendían ser vedados para nuestras familias.

Una vez más quiero compartir, este 24 de julio, con ustedes mi gratitud, mi reconocimiento al cariño y al compromiso de Mamá. Estas líneas las escribo una semana antes de nuestro encuentro. Horacio, Nico, Juli, Ana, Andrea, Inés, Candelaria, Mathilde, Camilo, Olivia, creo que esta reunión es una buena ocasión para conjurar dolores y reivindicar el derecho a la Memoria, la Verdad y la Justica. Sirve, además, para aprender de las cosas buenas que nos posibilita esta vida.

Matilde vivió la militancia y los riesgos que tomaron sus hijos, Horacio y yo, no solo como nuestra madre sino también como una persona que valoró las causas y las convicciones por las cuales decidimos sumarnos a las luchas de aquellos años. Y las valoró con un sentimiento que, con el correr de los años, se consolidó: por un lado, porque pudo conocer al monstruo por dentro, con toda la crueldad, pero por otro lado porque en las cárceles se encontró con muchos de mis compañeros, muchos de ellos de procedencia muy humilde, de quienes aprendí, con quienes compartí todo. Al punto tal que, como muchos de ustedes saben, cuando estábamos en la cárcel de La Plata, hizo los trámites para depositarle un dinero mensual al querido Manzana Elizalde, cuya familia había sido secuestrada y Manzana no tenía a nadie que pudiera visitarlo o escribirle una carta.

Matilde decidió ser madre sustituta de Manzana. No lo dudó. Yo le dije a Mamá en ese momento, donde era riesgoso apadrinar a otro preso, que no era necesario que le depositara dinero a Manzana porque nosotros hacíamos un pozo común, y daba lo mismo que alguien recibiera o no dinero. Mamá de modo preciso me dijo: No es lo mismo. La enseñanza es clara. No es lo mismo recibir una mano amable que un paquete de yerba o un atado de cigarrillos.

Más de una vez me pregunté cuáles fueron los caminos que recorrió Matilde hasta afrontar las circunstancias finales de su vida. Desde ya, no lo sé. Para mí, para Horacio, para todos quienes esperábamos verla de nuevo, todo fueron pesadillas, dolores basados en conjeturas y, sobre todo, en los testimonios de quienes habían sobrevivido a los centros clandestinos de exterminio.

A Matilde la amenazaron de forma velada o directa algunas veces en los meses previos a su secuestro. Se trató de personas que fueron a su trabajo para darle a entender que su vida estaba en riesgo. Entonces yo le dije, en una visita, que era mejor que se fuera del país. En ese momento le dije Venezuela, y ella me contestó: Mientras vos estés preso, no me muevo de acá. Subrayo esto porque Matilde sabía que podía pasarle lo que le pasó: que la secuestraran y la mataran. Nunca supimos dónde la llevaron, cuántas cosas le pasaron antes de que terminaran con su vida. Era lo que hacían con las otras personas que secuestraban.

Este relato no es todavía para compartir con los niños, con Cande, Mathi, Camilo y Olivia. Son chicos, tienen que saber las cosas en su momento, pero quiero que esta carta quede en la página Buscando a Matilde para que ellos puedan, algún día, hilvanar sus propias historias con las de la abuela o la bisabuela.

Solo un par de cosas más.

Una es que, el calendario, el destino o la mera coincidencia, obraron de manera tal que yo salí en libertad también un 24 de julio, seis años después del secuestro de Matilde. Tengo grabado el momento exacto en que traspuse la puerta de metal de la calle Bermúdez del penal de Villa Devoto. Dentro de mí había un volcán de sentimientos: dolor, culpa, alegría, esperanza. Estaba íntegro, pero me faltaban varios pedazos. Y no podía, no sentía justo, explotar de felicidad el día en que evocaba el dolor más grande que me había propinado la vida.

Este martes, cuando estemos juntos, reviviré esa sensación amarga y dulce.

Pasados cuarenta años del secuestro de Matilde y 34 años de mi libertad quiero ser enfático en algo: tuve una buena madre, sin ella no hubiera tenido la valentía de mirar cara a cara a los pobres y a los desheredados, y cuando tuve que estar frente a las situaciones más difíciles, mucho antes de caer preso, Matilde aceptó el camino que emprendía y nunca me restó su cariño y su apoyo. Pasaron muchos años y hoy, a pesar de las pérdidas y los dolores le debo gracias a la vida. No sobran los motivos para ser agradecido, pero los que tengo, me bastan para saber que no estoy solo, que cada uno de nosotros no está solo, que vale la pena tomar los buenos ejemplos, que vale la pena intentar darles algo a los que queremos.

Por último, sí tengo un dolor profundo por la ausencia de Mamá. Si algo puede mitigar eso es haber compartido penurias y esperanzas con muchos queridos compañeros, pero especialmente de haber transitado con Horacio la ausencia de Matilde y haber hecho lo que hicimos para honrarla. Horacio y yo pudimos estar cerca y avanzar juntos. Ojalá, además, podamos haber ayudado a que el resto de nuestros seres queridos dialogue con los fantasmas que deja la ausencia de Matilde. Creo que honrar su memoria es recordar los valores con los que vivió, no solo esos momentos duros, en los que ella eligió no dar el brazo a torcer, no retroceder siquiera ante los riesgos que podían llegar. Ella fue una persona valiente y solidaria. Fue una gran persona.

No siempre me siento a la altura de honrar ese momento. Es necesario compartir los dolores, los sinsabores y las debilidades que siente cada uno. Aunque sea en silencio, escuchando alguna música, dándonos la mano, regalándonos una mirada. Le decía a Horacio cuando hablamos de hacer este encuentro que, pasados cuarenta años, podamos mirarnos con orgullo de haber recibido el amor de Matilde y que también podamos agradecerle a ella por los momentos felices que compartimos. Que el recuerdo de Matilde y el sentimiento de felicidad convivan en nosotros. Que el compromiso de luchar por Memoria, Verdad y Justicia se de la mano con la vida cotidiana de cada uno de nosotros. Que el abrazo y el apoyo no nos falte nunca. Sobre todo: que nunca dejemos de brindarnos al abrazo y al apoyo.

 

A CUARENTA AÑOS DEL SECUESTRO MATILDE

Entre ensueños te evoco,
quiero saber de vos.
Allí estamos,
mirando un mar inmenso desde el balcón
y te veo sonreír, joven.
Qué hermoso es el mar abuela.
Disfrutando del aire que nos llega
y dulce se zambulle de nuevo en las olas.
Rayos de sol te calientan las manos
mientras el cielo siempre naranja
juega en tu pelo.
Qué hermosos anillos abuela.
Tus ojos brillantes y negros me cuentan
la historia.
De pasión y dolor
De entrega y amor.
Espejada me veo.
Tu abrazo nos encuentra sin tiempo.
Tu voz me calma.
Y no nos despedimos
de la suave brisa y del murmullo.
Qué hermosa tarde abuela.

Julia Anguita. Mayo de 2013.

 

Este año cumplirías 87 años.

Quería contarte que nos juntamos, con el tío, papá y Nico.
Hicimos varios encuentros desde el año pasado. Para recordarte, con ganas de hablar de nuestros sentimientos, poner en palabras algunas emociones que por mucho tiempo no pudimos compartir. Por miedo o dolor supongo.
Para mí era algo pendiente, un encuentro que nos debíamos, que adentro mío estaba esperando que sucediera. Creo que es reparador echar luz a nuestras vivencias, porque por mucho tiempo estuvieron algo congelados los recuerdos.
Los primeros años éramos chicos con Nico, e imagino que no era conveniente hablar mucho con nosotros sobre tu desaparición, por resguardo y también por dificultad.
Yo recuerdo que en mi adolescencia comenzaron a surgirme muchas preguntas en torno a cómo eras, cómo te recordaban quienes te conocieron. Me daba intriga. E intentaba que los demás me ayudaran a reconstruir lo que sabían sobre tu desaparición. Una historia con puntos suspensivos, recortes de imágenes y suposiciones sobre lo que habrías vivido luego de que te llevaron del Tortoni.
Siempre sentí una especie de fantasía, imaginaba en qué me parecía a vos, si mi personalidad o mi aspecto físico habían heredado algo tuyo. Pensaba que cuando mi mamá atendió tu llamado, aquel 24 de julio, yo también te había escuchado, y había sentido tu partida.
Y algunas veces pensé que tenía el deber de indagar sobre lo sucedido.
Todavía tengo la intuición de que esas vivencias me marcaron, y siento que me hace muy bien que podamos compartir con los Anguita estas sensaciones. A decirnos lo que no podíamos, a desanudar las gargantas.
Así que decidimos juntarnos para homenajearte y recordarte, este año en que cumplirías 87 abuela.
¡Te recordamos y te queremos!

Julia Anguita. 24 de marzo de 2013

 

40 julios de búsqueda

Hoy nos juntamos a homenajearte, a recordarte, a traerte un ratito entre nosotros. A compartir un poco de música, esa que nos convoca y nos conecta, esa que acaricia el alma.

Se cumplen 40 julios de tu secuestro y desaparición, y en unos meses estaré cumpliendo mis 40 diciembres de vida. Siempre me llamó la atención esta coincidencia, como si hubiera una pista en el camino, algo de lo que aprender.

En tu búsqueda, se formó en mi imaginario una abuela referente, que dejó huellas, miguitas en un sendero. Y de muchas maneras, esta historia compartida forjó nuestras identidades y nuestros vínculos presentes.

Reconozco que soy de hacerme muchas preguntas (sí, soy preguntona), y de compartirlas en la sobremesa. En un momento, necesité escuchar, saber la VERDAD sobre lo sucedido, poner en palabras mis sentimientos. Creo que en casa no todos tenían esa necesidad. Pero a mí me aliviaba, me acercaba, me tranquilizaba saber. Crecí sintiendo, y ahora con más fuerza, el valor de la palabra y la necesidad de hacer de ese ejercicio, un hábito.

La invocación a la MEMORIA, el encuentro con los recuerdos de quienes te conocieron, y la ilusión de que en algo nos parecíamos, me ayudaron a reconstruirnos, a acercarme a los que están, y a mí misma, a sentirme más firme, reafirmar mi personalidad, y apuntar con mi arco y flecha hacia el horizonte.

Hoy, me siento una mujer libre, agradecida por los valores que me han enseñado, y los que hoy veo reflejados en mi hija, que con sus 12 años llena mi corazón de orgullo y magia. También sé que entre esos valores está la búsqueda de la JUSTICIA, que ha sido un gran motor en mi vida, porque entre las cosas que he podido afirmar, reconozco que me ha movilizado y accionado muchas veces, en esos momentos en lo que no tenés dudas, porque sabés qué camino seguir, como si una guía interna te dijera por dónde agarrar sin miedo a equivocarte.

Hoy, me siento tranquila en este océano de pocas respuestas, cerca, con alegría de verme reflejada en tu mirada, en la de mi familia, compartiendo este abrazo reconfortante para recordarte y recordarnos, para seguir construyendo juntos hacia adelante, haciendo frente a la que venga.

Abuela Matilde, presente, ahora, siempre y más que nunca.

Julia Anguita. 24 de julio de 2018


 

     
 

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